miércoles, 25 de febrero de 2015

Cuestionando la realidad.

“Todo puede ser, porque nadie sabe nada, porque la realidad rebasa siempre lo que sabemos de ella, porque ni las cosas ni nuestro saber acerca de ellas está acabado y concluso, y porque la verdad no es algo que este ahí, sino al revés: nuestros sueños, nuestras esperanzas pueden crearla”
                                                          María Zambrano, Filosofía y poesía.


Miranda y Alberto se encuentran en la orilla de una playa. Es un día soleado, la briza golpea sus rostros con gran fuerza; se abrazan como si desde hace mucho no se hubiesen visto. Después de un largo abrazo se besan con trémula torpeza, parecida a la que experimenta quien toca los labios ajenos por primera vez. Acto seguido se miran, no hace falta las palabras, el verdadero amor se expresa en el silencio. Caminan tomados de la mano, mientras caminan Alberto piensa que lo que se encuentra experimentando debe ser la verdadera felicidad; justo cuando termina ese pensamiento
….despierta.


Alberto es el tipo más normal y común que pueda ser descrito. Tiene 60 años es profesor de preparatoria, imparte: literatura universal. Le encanta leer y aunque ha querido ser escritor, se sabe que no tiene talento para aquello. Físicamente Alberto es de complexión gruesa, es de tez morena, tiene poco cabello, ya con canas, que según la opinión de sus alumnos: “parece pelo de rata”. Pese a lo caricaturesco de su cabello, tiene una mirada severa y una nariz aguileña que le otorga un toque de seriedad.


Lo particular de Alberto, no es la gran cantidad de libros que ha leído, ni lo bien que enseña su materia; ni siquiera su falta de talento para escribir. Lo que lo caracteriza es que desde que posee uso de razón no ha dejado de soñar con Miranda.

La primera vez que la soñó él tenía siete años, se encontraba en un bosque, era una tarde con mucho viento, él jugaba con la corteza de un árbol y a lo lejos podía divisar a una niña que se acercaba con la intención de jugar con él, su nombre era Miranda.

Miranda, como él, parecía cambiar con el tiempo. Así, conservaba un recuerdo de Miranda en varias etapas de su vida; sin embargo, desde que Alberto cumplió treinta años el mismo sueño se repite sin cansancio. En el sueño Alberto se había congelado en el tiempo, pese a que en la realidad ya pasaba de los cuarentas, en el sueño siempre veía su cuerpo y el de Miranda, como cuando ambos tenían treinta. Él adjudica que se detuvo en ese momento porque en el sueño llega a experimentar la verdadera felicidad.

Vivir con el sueño de Miranda repitiéndose cada noche no ha sido nada fácil. ¿Te imaginas acariciar la verdadera felicidad; para luego despertar y darte cuenta que no la tendrás más que en tus sueños? Al principio le molestaba soñar con lo mismo cada noche; después un pánico se apoderó de él, incluso duro varios días sin querer dormir; pero finalmente, y como todo en la vida, se fue acostumbrando a su sueño. El verdadero problema ya no era el sueño, sino que Alberto se enamoró de Miranda, lo cual resultó ser un gran problema.


Él la buscó en la vida real, pero jamás la encontró, ni siquiera alguien un poco parecida. La buscaba entre la gente cuando salía a pasear o de camino al trabajo, la buscaba entre sus alumnos e incluso, llegó a buscarla en otros países. El único lugar donde siempre la encontraba era en sus sueños. Con el paso del tiempo se resignó y dejó de buscarla.


Alberto se casó y aunque sabía que no amaba a la mujer con la que se casaba, decidió que no quería permanecer solo. Su esposa se llamaba Ariadna y aunque al principio ella lo amaba; siempre dudó de la fidelidad de Alberto, debido a que en las noches le oía susurrar el nombre de Miranda.
Alberto jamás contó su sueño a nadie, era lo más preciado que poseía y no quería compartirlo; además, siempre estaba el prejuicio de que lo viesen como un loco.


Después de que Alberto cumplió los setenta años cayó repentinamente enfermo. Los médicos sólo alcanzaban a diagnosticar que los días de Alberto estaban contados. Mientras su mujer sollozaba y maldecía la ineptitud de los médicos; Alberto permanecía dormido la mayor parte del día soñando con Miranda.

Miranda y Alberto se encuentran en la orilla de una playa. Es un día soleado, la briza golpea sus rostros con gran fuerza; se abrazan como si desde hace mucho no se hubiesen visto. Después de un largo abrazo se besan con trémula torpeza, parecida a la que experimenta quien toca los labios ajenos por primera vez. Acto seguido se miran, no hace falta las palabras, el verdadero amor se expresa en el silencio. Caminan tomados de la mano, mientras caminan Alberto piensa que lo que se encuentra experimentando debe ser la verdadera felicidad; justo cuando termina ese pensamiento, Miranda lo ve sobresaltada:
-¿Te sucede algo? –le dice preocupada.
-No, ahora todo está bien.


Alberto ha muerto….o ¿acaso ha comenzado a vivir?


El caballero de la triste figura (@monsieursad).